martes, 25 de agosto de 2015

El sendero

Silencio. Se quedó en silencio escuchando el susurro del viento. Detuvo sus pasos y volteó ligeramente la cabeza para observar lo que había a sus espaldas. Sólo entonces se dio cuenta de todo el camino que había dejado atrás. Y todo lo que quedaba por delante. Pero sobre todo, cuánto había por detrás. Piedras saltadas, y otras tantas a las que no había conseguido esquivar. Pisadas borradas y otras que habían dejado una buena huella, imborrable incluso para el más fuerte de los vientos y la lluvia más feroz. Sonrisas de mentira, lágrimas disfrazadas, noches en vela. También alegrías y momentos compartidos con personas estupendas. Con algunas tenía la suerte de poder seguir compartiendo instantes y recuerdos. Otras se habían quedado en eso… recuerdos. Miradas que dicen todo. Y miradas vacías también, acompañadas por un toque de decepción al no encontrar lo que se espera. ¡Ay, la decepción! Una gran maestra en algunas ocasiones.

Se dio cuenta de lo deprisa que todo había sucedido. De la fragilidad del momento. De su propia fragilidad. Buscó más miradas, se perdió en ellas, en lo que le decían sin palabras, en el tacto de la gente, emociones, sueños, historias… No era momento de detenerse allí, a medio camino, cuando lo que había recorrido le había llevado ya hasta ese punto. No le importaba tropezar veinte veces más, rascarse las rodillas, perderse por senderos inexplorados y arriesgarse en partidas que se daban por perdidas. Porque hasta la probabilidad más pequeña entra dentro de todo lo posible.


Echó un último vistazo al camino que quedaba a sus espaldas, se agachó para atarse los cordones, levantó la mirada y prosiguió su camino paso a paso.  




Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado.