Nos empeñamos en culpar al destino, a las personas, a los actos ajenos… me duró un día ese enfado contra el mundo. Tras las primeras 24 horas me di cuenta de que no podemos decidir más que el momento puntual del acto, daba igual cuánto me enfadara o quisiera lamentarme por haber actuado de tal o cual forma, lo sucedido ya era cosa del pasado. No había otra salida, y en cierta manera, me sentí relajado con ese pensamiento, quitándome la carga del enfado que llevaba encima (con lo sencillo que es eso, pensaréis). Al fin y al cabo, nos guste más o menos, no somos dueños de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Más bien, de nada. Y aceptando que hay ciertas cosas que suceden y no hay forma de coger un camino corto que nos lleve a la salida, nos encontramos, o le encontré, o me encontró. No lo sé. Joder, eso tampoco lo esperaba, pero compensaba todo lo malo acontecido, ya que quizá no hubiera coincidido con esos ojos y sonrisa en el resto de los días de mi existencia. Ahora incluso pienso: “pues oye, tiene sentido y todo”, alejando los interrogantes que revolotean sobre mi cabeza de vez en cuando. ¿Y ahora, qué? Pues a seguir caminando, tomando decisiones que llevarán a más desenlaces, más sorpresas, para bien y para mal, más encuentros (espero que con esos mismos ojos), más caminos, más historias con banda sonora propia.
A veces no se trata de entender. A veces se trata de aprender a aceptar.