Corría. Corría todo lo que las
piernas le permitían. Sentía desgarrarse los músculos y el fuego en los
pulmones con cada bocanada de aire que intentaba coger. Pero seguía percibiendo
el aliento de la bestia en la nuca y sabía que necesitaría mucho más para poder
escapar de aquello. Se trasladaba a través de la penumbra de aquél bosque,
rezando desde sus más profundos adentros para que la luz de la luna le
permitiera visualizar y esquivar los obstáculos pero fuera la justa como para
que la bestia le perdiera de vista…aunque en el fondo sabía que esa última
opción no era posible. Su olfato le guiaba hacia él. Olía su miedo, su
angustia. La lucha interna por sobrevivir. La adrenalina recorriendo sus venas,
los jadeos debidos al esfuerzo por respirar. El sudor resbalando por su frente
y cayendo sobre la tierra húmeda. El ritmo de su corazón, que estaba a punto de
explotar a través de la caja torácica intentando retener todo el oxígeno que le
fuera posible alargando brazos invisibles hacia el cielo. No tenía escapatoria
y sin embargo continuaba luchando. Hasta el último aliento.
Saltó un pequeño tronco que
atravesaba el camino que recorría y le dio el tiempo suficiente para detenerse al
borde de un precipicio que se abría justo delante suyo otorgándole las vistas
de la luna, dueña del cielo, brillante sobre todo el firmamento, y un gran
vacío…varias ramas y piedrecillas cayeron hacia abajo al asomarse para echar un
vistazo. No escuchó sonido alguno que indicara el final de aquel inmenso
espacio. Se giró y esperó. La bestia no tardaría en encontrarlo. Entonces, nada
podría salvarlo. Sabía que ni siquiera le escucharía llegar. Sólo le quedaba
esperar…y desear que el tormento cesara lo más rápido posible.
Cuando el tiempo parecía haberse
detenido, observó entre la oscuridad dos pequeños brillos que le observaban.
Casi podía visualizar la sonrisa triunfal de la bestia. Las tinieblas
acompañaban sus pasos y cuánto más cerca estaba, más avanzaban éstas hacia el
borde del precipicio. Una brisa helada se apoderó del ambiente y en cuestión de
segundos comenzó a notar como el aire se agotaba a su alrededor. Las sombras ya
se encontraban a sus pies y notó como una mano se alargaba hacia su camisa
rasgada para atraerle hacia el interior de la oscuridad. Sin apenas ser dueño
de sus actos, levantó la vista, observando cómo las estrellas bailaban en el
cielo, caprichosas y tan hermosas. Como hoja que cae del árbol, con la misma
suavidad que le caracteriza, cerró los
ojos y dejó caer su cuerpo precipitándose hacia el vació. Sólo
necesitaba dejarse llevar para aprender a volar.