A veces no se trata de esperar. A veces no se trata
de coger aire para intentarlo una vez más. No se trata de quedarse pensando en
mil formas diferentes de acercarse ni en inventar veinte excusas para dirigirle
la palabra. A veces no se trata de leer entre líneas ni de enviar mensajes encriptados
para ver si lo averigua. A veces las cosas son como son. Así de simple y
sencillo. Y crees que no vale la pena coger carrerilla para estamparse de nuevo
contra un muro como otras tantas veces hiciste anteriormente. Porque ya sabes
cómo es el impacto. Y sabes lo que espera después. Y sabes que aún así lo
volverás a hacer…que el riesgo vale la pena… ¿o no? Porque ya sabes eso de que
el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pero
en mi caso tengo claro que tropiezo dos, cuatro o cincuenta. Que tengo el
máster en aterrizajes forzosos y derrapes de emergencia, que no siempre
salieron bien. Pero qué más da. A veces no se trata de pararse a reflexionar. Se
trata de sentir y actuar. De dar un paso seguido de otro y dejarse llevar. De
escuchar. De respirar. De mirar y observar. De dejar que el tiempo se lleve lo
que se tenga que llevar y que traiga lo que deba. De sonreír a su lado. De
sonreír, sin más. Se trata de soñar despierto y vivir los sueños. De avanzar.
De no dejar que un tropiezo te detenga. Ni dos. Ni cuatro. Ni cincuenta. Que
las piedras son sólo eso: piedras. Y al final incluso la piedra más grande
acaba convertida en arena. A veces… a veces se puede volver a intentar.
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