Es tiempo de escribir. De dejar
que mis pensamientos se deslicen por el borde de los dedos fluyendo con los
movimientos que provocan que la tinta dibuje formas sobre el papel. La tinta
que quiere ser sangre y la sangre que no quiere reconocer que no encuentra ya
razón alguna para volver a sentir ni volver a ser lo que solía ser.
Ser…y yo soy un simple mortal encerrado bajo un cuerpo que funciona como un juego de engranajes que no paran
de rodar. Y chirrían…chirrían con cada vuelta porque el óxido los gasta a cada
paso que mi mente ordena dar. Y los pasos que no llegan nunca a su destino, que
no tienen ningún lugar al que dirigirse, ningún lugar sobre el que orientarse y
sólo queda caminar…caminar sin saber nada.
¿Y qué sé yo sobre la vida, si no
es más que caminar? Que la vida es más que el agua que me inunda por dentro y
en la que ahogo mis penas para transformarla en vino y dejar que recorra mis
venas para terminar en el olvido.
Y el olvido me recuerda cada día
que no puedo despertar con los ojos abiertos. Que me pierdo entre tinieblas cual sombra en la
oscuridad y no encuentro el resquicio de la puerta por la que la luz haga de
guía y escapar…y cierro los ojos escuchando a mi reloj imitando esa gota de la
ducha que no cesa de caer…marcando el ritmo, lentamente…hasta que finalmente alguien llega
para cerrar bien el paso, y como tal…mi tiempo se para, y con él, pensamientos
que la tinta dibujaba en el papel.
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