Le regalaba en sus silencios aquellos momentos con los que soñaba algún día poder estar con ella.
Le regalaba miradas llenas de flores que regaba con cada sonrisa.
Le regalaba su corazón en cada palabra. Cada latido impulsado por las ganas de volverla a ver.
Pero ella soñaba lejos.
Soñaba otros mundos.
Otras compañías.
No se percataba, o no quería percatarse, de todo lo que él le entregaba entre suspiro y suspiro.
Supongo que hay historias sin final simplemente porque no encuentran un comienzo.
jueves, 24 de diciembre de 2015
domingo, 22 de noviembre de 2015
Micro #1
Si miraba detenidamente sus ramas, creía distinguir un baile entre las formas. Como si los sueños de todas aquellas personas decidieran quedar colgando a merced del viento ahora que ya no tenían dueño. Le entristecía pensar en ello, pero desprendía esa belleza que sólo las cosas tristes pueden hacer.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Raro. Extraño,
Un día
raro. Extraño.
Un día
de esos en los que todo sale… ¿del revés?
Una
historia inacabada.
Un
final inesperado.
Una
cita no acordada.
Un adiós
sobre el armario.
Recuerdos
que hace tiempo quedaron secando
las
lágrimas que derramamos.
Ahora
sólo queda sal y una pizca de ilusión.
Pero
sigo en este día raro. Extraño.
Mañanas
grises de nubes bajas.
Cafés “cortado”
en esperas largas.
Pasos
en balde.
Documentos.
Firmas. Lastres.
Música
y escaparates que reflejan mi mirada.
Y no me
encuentro.
Hoy no.
Porque
es un día raro. Extraño
Demasiado
interrogante que leer entre líneas.
Demasiadas
líneas no escritas.
Tinta
seca manchando las cartas que no se llegaron a enviar.
Granizo
en mi cabeza.
Decisiones
esperando ser encontradas
y un
sueño en indeciso balanceo.
Ahora
sí. Ahora no.
Mas parece que acaba.
Se echa
el telón y se apagan las luces dando paso a una última balada
dedicada a un día raro. Extraño.
viernes, 16 de octubre de 2015
Historia de un breve enfado contra el mundo con final feliz
Nos empeñamos en culpar al destino, a las personas, a los actos ajenos… me duró un día ese enfado contra el mundo. Tras las primeras 24 horas me di cuenta de que no podemos decidir más que el momento puntual del acto, daba igual cuánto me enfadara o quisiera lamentarme por haber actuado de tal o cual forma, lo sucedido ya era cosa del pasado. No había otra salida, y en cierta manera, me sentí relajado con ese pensamiento, quitándome la carga del enfado que llevaba encima (con lo sencillo que es eso, pensaréis). Al fin y al cabo, nos guste más o menos, no somos dueños de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Más bien, de nada. Y aceptando que hay ciertas cosas que suceden y no hay forma de coger un camino corto que nos lleve a la salida, nos encontramos, o le encontré, o me encontró. No lo sé. Joder, eso tampoco lo esperaba, pero compensaba todo lo malo acontecido, ya que quizá no hubiera coincidido con esos ojos y sonrisa en el resto de los días de mi existencia. Ahora incluso pienso: “pues oye, tiene sentido y todo”, alejando los interrogantes que revolotean sobre mi cabeza de vez en cuando. ¿Y ahora, qué? Pues a seguir caminando, tomando decisiones que llevarán a más desenlaces, más sorpresas, para bien y para mal, más encuentros (espero que con esos mismos ojos), más caminos, más historias con banda sonora propia.
A veces no se trata de entender. A veces se trata de aprender a aceptar.
A veces no se trata de entender. A veces se trata de aprender a aceptar.
martes, 25 de agosto de 2015
El sendero
Silencio.
Se quedó en silencio escuchando el susurro del viento. Detuvo sus pasos y
volteó ligeramente la cabeza para observar lo que había a sus espaldas. Sólo
entonces se dio cuenta de todo el camino que había dejado atrás. Y todo lo que
quedaba por delante. Pero sobre todo, cuánto había por detrás. Piedras saltadas,
y otras tantas a las que no había conseguido esquivar. Pisadas borradas y otras
que habían dejado una buena huella, imborrable incluso para el más fuerte de
los vientos y la lluvia más feroz. Sonrisas de mentira, lágrimas disfrazadas,
noches en vela. También alegrías y momentos compartidos con personas
estupendas. Con algunas tenía la suerte de poder seguir compartiendo instantes
y recuerdos. Otras se habían quedado en eso… recuerdos. Miradas que dicen todo.
Y miradas vacías también, acompañadas por un toque de decepción al no encontrar
lo que se espera. ¡Ay, la decepción! Una gran maestra en algunas ocasiones.
Se dio
cuenta de lo deprisa que todo había sucedido. De la fragilidad del momento. De
su propia fragilidad. Buscó más miradas, se perdió en ellas, en lo que le
decían sin palabras, en el tacto de la gente, emociones, sueños, historias… No
era momento de detenerse allí, a medio camino, cuando lo que había recorrido le
había llevado ya hasta ese punto. No le importaba tropezar veinte veces más,
rascarse las rodillas, perderse por senderos inexplorados y arriesgarse en
partidas que se daban por perdidas. Porque hasta la probabilidad más pequeña entra
dentro de todo lo posible.
Echó un
último vistazo al camino que quedaba a sus espaldas, se agachó para atarse los
cordones, levantó la mirada y prosiguió su camino paso a paso.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Antonio Machado.
domingo, 19 de abril de 2015
Dentro del laberinto
Izquierda.
Derecha. Volvió a mirar hacia la izquierda una vez más. El mismo cruce de
caminos que anteriormente había sobrepasado. ¿O no? Todas las noches el mismo
laberinto. La misma historia. El mismo camino. El mismo sueño. La misma
pesadilla. Sabía que sólo era eso, un sueño. Pero la angustia que le acompañaba
por dentro era tan real como los latidos de su acelerado corazón en aquella
persecución laberíntica… ¿persecución? Tenía constantemente la certeza de que
le estaban persiguiendo aunque aún no había podido ver la cara de aquello que
intentaba darle caza. Aún así, la adrenalina recorría todo su cuerpo durante
todo el trayecto que realizaba. Miraba hacia atrás de vez en cuando esperando
ver al menos una sombra de su perseguidor. Pero nada. Ni siquiera sabía cómo
era el laberinto dónde se encontraba. No sabía dónde se encontraba la salida,
ni la entrada, ni el centro. Sólo altas paredes a ambos lados imponiendo la norma
de no detenerse. Paredes de hormigón que no dejaban dirigir la vista más allá
del camino que debía seguir. Decidió girar a la derecha. Intuición tal vez. Al
final igual daba el camino que eligiese, siempre acababa en algún cruce como
aquél dándole la impresión de que no hacía más que dar vueltas una y otra vez. Igual
daba seguir una pared constantemente. Parecía que el camino avanzaba junto a
sus pasos. Echó a correr mientras notaba como los pulmones se llenaban dentro
de su caja torácica quemándole por dentro. Las piernas no le daban para mucho
más, pero sentía que no debía detenerse. Giró a la izquierda. Una vez más a la
izquierda. Torció esta vez a la derecha. Y paró en seco. Aquello no le había
sucedido hasta entonces. Las paredes que hacían el camino se encontraban entre
ellas delante de él cerrándole el paso. Se aproximó al muro y lo tocó con la punta
de los dedos. Estaba frío. Oyó un susurro tras de sí. Esta vez no había
escapatoria. Deseó despertar de aquella pesadilla. Cerró los ojos fuertemente y
deseó que aquello terminara de una vez por todas, pero al volver a abrirlos
continuaba de pie frente a aquel muro de hormigón que no le dejaba pasar.
Lentamente fue dándose la vuelta mientras el sudor le caía por la nuca. El tiempo
parecía haberse detenido, aunque irónicamente, allí dentro, ¿cómo iba a saber a
qué ritmo pasaban las horas? Se giró completamente y observó aquello que tenía
frente a sí mismo. El sudor frío siguió recorriendo su cuerpo. Notó cómo se le
iba secando la boca y comenzó a sentir que las piernas le fallaban. Aquello que
estaba viendo no entraba para nada dentro de sus expectativas. Se encontraba
frente a sí mismo. Se miraron fijamente a los ojos durante unos segundos que
parecían eternos y su alter ego, si podía llamarse así, comenzó a avanzar
lentamente hacia él. ¿Qué podía hacer? Los latidos de su corazón comenzaron a
acelerarse de nuevo. Sintió la cabeza embotada y la vista comenzó a nublársele.
Se dio de nuevo la vuelta esperando que aquel muro que se levantaba antes
frente a él hubiera desaparecido permitiéndole escapar de allí, pero el
hormigón seguía en su sitio, firme, frío, cerrándole el paso, con la única
diferencia de que ahora había algo más, en vez de algo de menos. Un espejo se
alzaba frente a él. Se acercó a mirar más detenidamente, pero por mucho que
inspeccionaba no lograba verse la cara. El nudo que tenía en la garganta
comenzó a apretarse más hasta provocar que la sensación de ahogo se hiciera
casi insoportable. Gritó y con la fuerza que le otorgaba aquella desesperación
disparó el puño contra el cristal del espejo haciéndolo añicos. Gotas de sangre
salpicaron en la superficie y una mano se apoyó en su hombro de forma firme
obligándole a girarse.
Despertó.
Aterrizaje sin paracaídas
A veces no se trata de esperar. A veces no se trata
de coger aire para intentarlo una vez más. No se trata de quedarse pensando en
mil formas diferentes de acercarse ni en inventar veinte excusas para dirigirle
la palabra. A veces no se trata de leer entre líneas ni de enviar mensajes encriptados
para ver si lo averigua. A veces las cosas son como son. Así de simple y
sencillo. Y crees que no vale la pena coger carrerilla para estamparse de nuevo
contra un muro como otras tantas veces hiciste anteriormente. Porque ya sabes
cómo es el impacto. Y sabes lo que espera después. Y sabes que aún así lo
volverás a hacer…que el riesgo vale la pena… ¿o no? Porque ya sabes eso de que
el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pero
en mi caso tengo claro que tropiezo dos, cuatro o cincuenta. Que tengo el
máster en aterrizajes forzosos y derrapes de emergencia, que no siempre
salieron bien. Pero qué más da. A veces no se trata de pararse a reflexionar. Se
trata de sentir y actuar. De dar un paso seguido de otro y dejarse llevar. De
escuchar. De respirar. De mirar y observar. De dejar que el tiempo se lleve lo
que se tenga que llevar y que traiga lo que deba. De sonreír a su lado. De
sonreír, sin más. Se trata de soñar despierto y vivir los sueños. De avanzar.
De no dejar que un tropiezo te detenga. Ni dos. Ni cuatro. Ni cincuenta. Que
las piedras son sólo eso: piedras. Y al final incluso la piedra más grande
acaba convertida en arena. A veces… a veces se puede volver a intentar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)