Sí, a ti.
Al que se
sienta frente a la ventana con un cigarro entre los dedos observando cómo el
humo trepa hacia el techo desafiando a la caída del sol.
Al que mira,
mientras espera, el movimiento cíclico e incesante de las manecillas del reloj.
Al que se
pierde entre pensamientos durante las horas de trabajo y al terminar vuelve a
la cruda realidad, rodeado de gente que simplemente camina. Camina por aquí, camina por allá, hacia todas
partes y a ningún lugar.
Al que se mete
la mano en el bolsillo esperando algo que encontrar y al sacarla no hay más que
esperanza mezclada con migajas de pan.
Sí, a ti.
Al que el sol
maltrata la piel y el sudor baña sus sueños deshaciéndolos como el agua sobre
el papel.
Al que cierra
los ojos por la noche esperando haber estado dormido todos estos años creyendo
estar despierto.
Al que alza la
voz entre la gente, pero nadie escucha, nadie oye, nadie entiende.
Al que calla,
observa, escucha y aprende.
Al que sabe
que la victoria sólo llega si sabes ser paciente.
Al que aprendió
que la vida son dos días y el primero está llegando a su final.
Al que reconoce
que el tiempo es el único juez que pone cada cosa en su lugar, sentenciando a
todos y cada uno sin miramientos, sin piedad.
Sí, a ti.
Al que lleva
tatuadas en su alma lágrimas por haber amado. El mismo al que un día aquella
princesa por la cual luchó, fue a su vez un fiero dragón.
Al que
trataron de loco, de embustero e impostor.
A aquél que ha
perdido el rumbo de sus pasos. Debe saber que no está atado, que es libre. Que
no tiene ningún destino fijado.
Al que
encuentra en la botella a su amigo más amado y al que la nieve más fría no le
llega por el invierno más cerrado.
Al que la
primavera la sangre ya no altera, y al que hasta el caramelo más dulce le sabe
amargo y no le calma la sangre ni el más cálido de los abrazos.
Sí, a ti…
A ti, que escuchas mis palabras, querido amigo.
Que no somos
tan diferentes al fin y al cabo.
Que tu mirada
me dice que recorriste largo camino, que te cruzaste con piedras, charcos y
algún que otro enemigo.
Que entablaste
batallas de las que saliste malherido, espada oxidada y corazón de piedra
partido.
Pero el dolor
no mata, te hace más fuerte, querido amigo.
Así que a ti,
sí, a ti, te dedico estas palabras.
Dónde quiera
que te encuentres.
Sin importar
horizontes, ni barreras, ni distancias.
Sin importar
quién seas realmente, porque sé que me basta con sentir que estás presente.
A ti, querido
amigo, sigue avanzando, paso a paso, sonriente.
Recuerda que
la lluvia, nunca cae eternamente.